Los seres humanos somos parte de la naturaleza, cuando nacemos tenemos solo una certeza, que en alguna momento, vamos a morir. Si esta verdad es inherente al ser humano ¿por qué rehuimos tanto el tema de la muerte?
En nuestra cultura occidental no acostumbramos a hablar de ella, utilizamos eufemismos como: “pasó a mejor vida”, “se fue al cielo”, “se lo llevó la parca”, en fin. Se nos ha transmitido una alta valoración de la belleza y la juventud, se teme a envejecer, a enfermar y morir, algo tan natural al ciclo de los seres vivos. A algunas personas les causa pánico y desesperación, el pensar que en algún momento tienen que partir. El poder hablar del tema y compartir miradas y experiencias nos puede ayudar a bajar las ansiedades y disminuir la incertidumbre.
He sido testigo de situaciones familiares donde, por ejemplo, fallece una abuela y, con el pretexto de no causar daño, se le dice a la nieta de seis años que la abuela se fue de viaje, privándola de participar del rito de despedida, esperando ella por siempre el regreso de la abuela. Al indagar por qué actuaron de este modo, la respuesta fue: “para que no sufra”. Esto nos muestra una aversión a experimentar la pena y el sufrimiento por la pérdida de un ser querido. Es doloroso, es cierto, pero es parte de la vida y del proceso de duelo, que es necesario vivir.
Hay ciertas etapas que pasar:
– La negación: al principio nos parece estar viviendo un sueño o una pesadilla, algo que no es cierto, como si fuéramos a despertar y todo va a estar igual. Esto puede durar semanas o meses, hasta que tomamos consciencia que no hay vuelta a atrás.
– La rabia: la etapa anterior se traslapa con la rabia o ira que produce la frustración de la pérdida y aparecen las preguntas, los ¿por qué?, ¿por qué tuvo que ocurrir ahora?, ¿por qué de esta forma?, ¿por qué no le dije tal o cual cosa?, ¿por qué a mí?, ¿por qué? y ¿por qué? También hay que preguntarse ¿por qué no podría pasarme esto a mí, de esta forma?
La negociación: aparecen los cuestionamientos y la evaluación del propio actuar en relación a lo que hizo o no hizo antes que la persona muriera. Esto da tiempo para aceptar la pérdida.
Depresión: se comienza a asumir la realidad de la pérdida, lo que conlleva sentimientos de tristeza, desesperanza y desmotivación. Puede cuestionarse el sentido de la vida, pero también llegar a encontrar nuevos sentidos y significados.
Aceptación: después de haber transitado por las etapas anteriores se llega a recobrar la calma y a comprender que la muerte y otras pérdidas son parte de la vida misma.
Cuando no se transita por estas etapas queda un duelo pendiente o encapsulado, que probablemente, en otro momento va a reaparecer con síntomas o como duelo patológico, especialmente cuando las pérdidas son de personas significativas. En este sentido los ritos y la red de apoyo son esenciales para enfrentar y mitigar el dolor de la pérdida.
Si estás afectado por una pérdida, si te cuesta abordar el tema, si tienes un duelo encapsulado o deseas profundizar sobre las pérdidas, contáctate con nosotros, un profesional de nuestro equipo estará dispuesto a ayudarte.
Por Catalina Sepúlveda Fuentes. Psicóloga, Magíster en Psicología Clínica.