El trabajo en salud mental, para quienes trabajamos en el sistema público y privado, arroja verdades bastante desoladoras cuando se intenta sostener un alma que lleva consigo sus dolores más grandes y profundos hasta la consulta. Es evidente que Chile está atravesando una crisis de salud mental.
La realidad para cientos de chilenos y chilenas consiste en esperar una consulta de salud mental, donde en el mejor de los casos los pacientes reciben un tratamiento esporádico, con una frecuencia terapéutica de dos consultas al mes, y en ocasiones solo una vez, tratamiento que no está respaldado por las corrientes científicas que estudian la psicología. Mientras tanto, otro sector de la población desesperanzadamente busca la opción más económica y rápida para satisfacer el anhelo de recuperar lo perdido: su salud mental.
El motivo de exponer este panorama y contextualizar la situación que enfrenta Chile y su gente, es pensar en una comunidad aún más invisibilizada, cuyo acceso a la ayuda se vuelve aún más escaso e inaccesible por motivos que no serán abordados en este escrito, pero que no dejan de ser menos importantes y dignos de análisis.
Me refiero a la comunidad LGBTTTIQA+ que:
1. Experimenta el doble de depresión.
2. La mitad vive violencia.
3. Intenta suicidarse hasta cuatro veces más que la población no identificada como tal.
Es precisamente en el segundo punto donde me gustaría profundizar y reflexionar. Durante el histórico movimiento feminista se ha estudiado y adoptado el enfoque de género, que nos permite visibilizar una brecha invisible a los ojos entre hombres y mujeres. Por ello, el enfoque de esta violencia de género se centra en las relaciones sexoafectivas heterosexuales. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando la violencia se da entre parejas del mismo sexo?
La desconocida «violencia intragénero», un tipo de violencia que ocurre precisamente en estos contextos, entre parejas del mismo sexo. Es un tipo de violencia que carece de estudios transversales y análisis adecuados para su prevención y erradicación.
Por lo general, se pone en duda si este tipo de violencia puede estar sustentada en el género, no obstante, se ignora que las conductas patriarcales están instauradas en nuestro vivir, nuestra cotidianidad, nuestro lenguaje, nuestros chistes y por supuesto en nuestras políticas públicas. Es por ello que, debemos tener en cuenta que las relaciones de violencia independiente de quien la ejerza, traen consigo una manera de relacionarnos cargada de agresiones, invalidaciones, prejuicios, humillaciones y con ello se busca reafirmar una posición de jerarquía y poder, desencadenada y aprendida de este sistema patriarcal.
Cuando hablamos de la crisis de salud mental que vive Chile, debemos abarcar a un Chile tricontinental, visualizando la problemática sin sesgos de cultura, género, raza, religión, entre muchos otros factores biopsicosociales; esto implica necesariamente que Chile pueda ocuparse de los sectores más vulnerables y quienes sin lugar a duda vivencian un panorama muy desalentador.
Por Javiera Marchantt, Psicóloga.