Si usted le pregunta a cualquier persona «¿Cómo está la salud mental en nuestro país?», es probable que le responda: “Está mal”. Esta respuesta refleja la percepción general, pero no abarca la complejidad de la situación, como he podido observar al realizar una encuesta sobre este tema.
Es ampliamente conocido que la salud mental proporcionada por el Estado es deficiente, en parte porque no se contratan suficientes profesionales para llevar a cabo proyectos de atención en los CESFAM, por ejemplo. La OMS recomienda enfáticamente que la salud mental reciba al menos el 5% del presupuesto público destinado a la salud del país; sin embargo, en nuestro país, solo se destina aproximadamente el 2% del presupuesto nacional de salud a este ámbito. Como puede ver, esto es insuficiente, especialmente considerando que tenemos una generación afectada por daños transgeneracionales que se remontan a la época colonial.
Es importante explicar que los trastornos de personalidad, que causan tantas dificultades, no nacen con la persona. Aunque es cierto que puede haber una predisposición, estos trastornos no se desarrollan sin el maltrato y la vulneración de derechos. El potencial nacimiento de un psicópata o sociópata se origina en el maltrato y abandono durante la primera y segunda infancia, así como en la adolescencia, períodos en los cuales el cerebro necesita más estabilidad afectiva y efectiva para desarrollar una identidad saludable.
Actualmente, hay debates en distintas plataformas sobre cómo abordar la delincuencia y la falta de empatía, con un énfasis en soluciones punitivas, coercitivas y carcelarias. Sin embargo, lamento informar que esa no es la solución. Las transformaciones sociales no vienen en cajas mágicas. Debemos enfocar nuestra atención en la niñez, creando espacios reparatorios efectivos para que las familias puedan brindar el cuidado amoroso que necesitan nuestros niños, niñas y adolescentes.
Cada día, en establecimientos de formación escolar y profesional, nos encontramos con patologías de alta complejidad. Hoy en día, no es raro escuchar a personas decir «Soy TLP» o «Soy esquizoafectivo», diagnósticos que antes ni siquiera conocíamos. En mi trabajo con adolescentes, he observado cómo se ha naturalizado la existencia de estas patologías, aunque las plataformas de entretenimiento les han dado mala fama.
Por tanto, si hoy un estudiante universitario menciona que tiene un diagnóstico de «personalidad disociativa», ya no provoca el terror de antes. Sin embargo, aún no existen dispositivos ni personal preparado para atender las crisis que puedan presentar estos y estas pacientes.
Por Susam Acuña Donoso. Psicóloga Clínica Educacional.